Por: Daniela Camhi, Abogada.
SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
Para empezar, la primera semejanza que comparten estos tres sistemas es su origen. Tanto el fascismo como el nazismo surgen en Italia y en Alemania, respectivamente, por la impotencia que la mayoría de la población sentía frente a los “resultados” de la gestión de los regímenes precedentes. Por su parte, en la URSS se instala el comunismo también como una reacción al régimen que le precedió, esto es, al Zarismo. Ahora bien, la única característica idéntica, es su calidad de regímenes TOTALITARIOS, es decir, donde el poder político pertenece exclusivamente al “partido” que lo ha conquistado y que se mantiene en el poder ejerciendo siempre la misma doctrina política. El líder de ese partido se convierte en el “jefe”, más conocido como El Dictador.
Muy a pesar mío, no son pocas las veces que he escuchado de algunos decir, erróneamente, que el comunismo es una ideología fascista o, dicho de otra manera, una manifestación del fascismo. Lo cierto es que no tienen prácticamente nada en común, salvo lo dicho acerca de las causas de su surgimiento y su carácter totalitario. Por otra parte, una de sus grandes diferencias dice relación con la religión. En Italia el Estado, siguiendo la tradición nacional, se proclamó católico; en cambio el comunismo es, en esencia, “ateo”. Según el marxismo el orden social se puede obtener sin Dios, restándole toda importancia a la espiritualidad. El marxismo, desde sus orígenes, pretende ser un concepto más “universal” o integral que estudia la política, la ciencia y la filosofía a la vez.
Pese al título de esta obra, creo que en realidad no puede hacerse un análisis comparativo entre el comunismo, el fascismo y el nazismo. Frente al fascismo y al nazismo, lo que realmente podemos analizar comparativamente no es el comunismo propiamente tal, sino sólo el régimen marxista (originalmente leninista) de la Unión Soviética: los tres sistemas son contemporáneos y surgen como reacción frente a situaciones extremas. En Italia el descontento y decepción por los resultados de la guerra era generalizado y se encontraba al borde de la anarquía. Alemania quedó literalmente arruinada económicamente, dividida y herida en su honor como resultado de la Primera Guerra Mundial. La Unión Soviética, fue involucrada y arrastrada a una guerra de la que nunca pretendió ser parte, y para hacerle frente llevó al extremo las políticas del marxismo-leninismo, ya instaurado por la revolución rusa desde 1917.
Debo aclarar que mi análisis es purista y no considera las innumerables mutaciones que han experimentado estos sistemas con el transcurso del tiempo, especialmente desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Tampoco se consideraron para este análisis otros sistemas que surgieron con posterioridad recogiendo elementos de uno y de otro. Sin mencionar la increíble relación que hoy existe entre países con regímenes total o parcialmente opuestos. Un ejemplo contemporáneo es cómo los políticos de ultraderecha proponen medidas orientadas, fundadas en el nacionalismo, para proteger y promover la grandeza de sus propios Estados, buscando una suerte de independencia frente a los bloques internacionales de posguerra, y cuya implementación se traduce “naturalmente”, y casi sin querer, en una mejoría en sus relaciones con otros países cuyos regímenes no son del todo afines. En Europa, ya lo podemos ver en los candidatos presidenciales de Francia, en los presidentes electos de Hungría y Serbia, e incluso Brasil en Latinoamérica que ha adoptado una política exterior en el tema Rusia/Ucrania muy similar, y si es que no igual, a la adoptada por Manuel López Obrador de México, pese a que sus ideologías políticas son distintas.
Si me preguntan, creo que vamos en camino a reformular por completo las relaciones internacionales, y que se manifestará con más fuerza en las relaciones entre países de regímenes políticos opuestos o no afines. Quizá, y me permito ser optimista, nos dirigimos hacia un mundo donde ya no se tratará de imponer a la fuerza, los principios, valores, conceptos políticos (como dictadura y democracia), estructura social, etc. Sólo un mundo donde todas las naciones se respetan entre sí, pese a sus más profundas diferencias, puede ser realmente democrático y libre.
CAPÍTULO II
LOS REGÍMENES O SISTEMAS TOTALITARIOS
EL FASCISMO.
El fascismo tiene su origen en la Italia de Mussolini. Surge tras la Primera Guerra Mundial como una forma de oposición a la Revolución Bolchevique de 1917. La intervención del Estado en toda actividad social se fundamenta en que, para el fascismo, no es posible considerar al individuo como entidad independiente al Estado, ni el Estado como entidad independiente al individuo. Se habla de monismo, concepto claramente plasmado en la célebre frase de Mussolini: “Todo en el Estado. Nada en contra del Estado. Nada fuera del Estado”. La soberanía es un atributo del Estado y no de la nación, pero como no puede negar que la soberanía necesariamente es una manifestación de la voluntad general de la nación, establece un sistema electoral que no permite el surgimiento a una mayoría, sino que la proclamación de una minoría selecta, una “elite” de capacidad directiva, elevada al poder mediante un “plebiscito” tácito, lo que contribuye a lograr el objetivo último: mantenerse en el poder, pase lo que pase. El fascismo adopta todas las medidas que sean necesarias para poder atribuir a una minoría selecta, la encarnación de la voluntad general. Los fascistas justifican la transferencia de la soberanía a una minoría selecta en dos fundamentos. Primero, se sostiene que la desigualdad económica entre los individuos no sólo es inevitable, sino que, además, es necesaria, y ello hace ficticia toda igualdad política que se pretenda. Entonces, para evitar las consecuencias negativas de esta “pretendida” igualdad, se propone una desigualdad política que permita a una minoría selecta la administración de la colectividad. Segundo, el fascismo parte del hecho de que sólo una parte del pueblo participa activamente en la vida política del Estado. Esta élite es el nexo entre el pueblo y el Estado. De esta forma, en el plano económico, la intervención del Estado no se traduce en negar la propiedad privada, si no en implementar medidas que efectivamente otorguen (o aseguren a perpetuidad) el “control” de la economía a esta minoría selecta. Para el fascismo, los derechos que el Estado tiene sobre los individuos no tienen límites y justifica la existencia del Estado aplicando conceptos propios de la aristocracia: un jefe, una minoría selecta, un pueblo. En sus inicios esta élite directiva del fascismo llegó al poder en virtud de la revolución que lo instaló en el mismo, pero posteriormente, para mantenerse en el poder, se atribuyó el desempeño de una función pública, constituyéndose como un órgano del Estado. Para el fascismo la “desigualdad” es propia del ser humano, es inevitable, y por eso se opone a la democracia representativa: el voto de unos no vale lo mismo que el voto de otros.
EL NAZISMO.
El nazismo tiene su origen en la Alemania de Hitler. Se acuñó el término “Nazi” después de la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. A diferencia del fascismo, que tiene un origen revolucionario, el nazismo llega al poder democráticamente, a través de elecciones populares. Hitler, el máximo exponente del nazismo, asume el poder absoluto de Alemania el día 2 de agosto de 1934 con la muerte del presidente en ejercicio, Paul Von Hindenburg, que había confiado la Cancillería a Hitler. El “estatismo” nazi fue bastante más riguroso que el fascista y, según algunos autores, sólo habría sido superado por el régimen de La Unión Soviética Comunista de Stalin. El nacionalsocialismo o nazismo justificó el poder del Estado considerándolo NO como un fin en sí mismo, sino que como el medio para un fin. Es la condición previa y necesaria para la formación de una cultura superior. Tanto el fascismo como el nazismo justifican la entrega de la soberanía a una minoría privilegiada, pero se diferencian en la conformación o configuración de esas minorías. Para el fascismo la minoría privilegiada, es una clase élite cuyo poder, originalmente, se fundamenta en la revolución social que puso en el poder a esa “clase elite” y, posteriormente, justifican su mantención en el poder argumentando que por un “plebiscito” tácito, se lo otorga a esta minoría privilegiada el cumplimiento de una función pública y, por lo tanto, se constituye como órgano del Estado que sirve de nexo entre el Estado y el pueblo. En cambio, la cultura superior del nazismo tiene su causa y fuente en la raza, que se producirá por el desarrollo de una raza pura y absolutamente alemana, incluso desde un punto de vista fisiológico y biológico; los que reúnen estas “características” conforman la nación que el Estado está obligado a preparar, construir y mantener. En palabras de Hitler “El Estado trabaja más para el futuro que para el presente”.
Como el concepto de raza superior dispersa el poder entre todos aquellos que la detentan, el nazismo propone que el Estado dará la organización que la nación merece a través de una representación física, viviente, que encarna en su máxima expresión todas las “características” de esta raza superior. Así surge El Führer, casi un emperador, quien es “elegido” por la nación germana “pero designado por la misión misma que el genio germánico le ha impuesto, haciéndose carne en él” (cit. Elias Espinosa). El poder en la Alemania Nazi estaba constituido de la misma forma que en la Italia Fascista: una pirámide en la que todas las líneas convergen en una cúspide, donde se ubica el “líder”, quien detenta el poder absoluto. La convicción de pertenecer a una raza aria, pura y superior fue determinante para el éxito del nazismo. De ahí que el “nacionalismo” o, dicho de otra manera, los nacionalistas se identifiquen, muchas veces, con un “amor” excesivo a la patria y su nación, lo que necesariamente redunda en ver al otro como “diferente” o, incluso, “inferior”. El nazismo se construye sobre la idea de recuperar al “héroe germano”, orgulloso e implacable (hasta la vestimenta debe ser la adecuada); devolver al pueblo alemán los valores germánicos fundamentales: la tierra o espacio vital, la historia y la raza. Mientras el fascismo es “clasista”, el nazismo es “racista”. Mientras el marxismo soviético buscaba instaurar en el mundo entero la dictadura del proletariado, el Tercer Reich buscaba asegurar el predominio de la raza germánica.
EL COMUNISMO.
El origen del comunismo, a diferencia del fascismo y el nazismo, está íntimamente relacionado al pensamiento filosófico desarrollado por Marx y Engels en el siglo XIX y su obra Manifiesto Comunista (publicada por primera vez en Londres el 21 de febrero de 1848). La primera vez que un “partido” comunista llegó al poder fue con la revolución rusa de 1917, surgiendo así el “marxismo-leninismo” como el principal exponente del comunismo en la política mundial. Pero hay una enorme distancia entre el marxismo “puro” y el marxismo-leninismo. Lo que nadie parece recordar es que el ideal del marxismo, en su estado más puro, es alcanzar el comunismo mediante la desaparición de toda organización política, sin necesidad de constitución ni de gobierno. Al desaparecer la lucha de clases, al desaparecer la política burguesa de opresores y oprimidos, desaparece la finalidad y/o función del Estado. En palabras de Engels “Cuando las clases desaparezcan, el Estado desaparecerá también, puesto que su razón de ser habrá cesado. El Estado no desaparecerá tampoco de un soplo: irá marchitándose poco a poco. Pero el proceso es largo y nadie puede señalar límites de su duración”. O sea, la diferencia con el nazismo y el fascismo es abismal. Mientras los dos primeros le otorgan al Estado una preponderancia ilimitada y absoluta, el comunismo tiene como fin último la desaparición del Estado. Lo que ocurre es que para el comunismo la intervención del Estado es fundamental para “preparar” al pueblo (proletariado) hasta que pueda ejercer por sí mismo el poder político en forma conjunta, justa y en posición de igualdad. La forma del Estado soviético también era piramidal, pero no como la fascista y nazista, sino que tiene una profunda base popular: “el poder total dentro de los límites de la República Socialista Federativa de los Soviets de Rusia, pertenece a la población obrera del país unido en los soviets rurales y municipales” (Art. 10 de la Constitución Política de 1918, revisada en 1925 y 1937). En el papel, el marxismo-leninismo parece la máxima expresión de una democracia descentralizada, pero en la práctica se produce una fragmentación en tantas pequeñas repúblicas que se hace necesario un “poder superior”. La organización política de la Unión Soviética marxista era tremendamente compleja por la cantidad de “organizaciones” que participaban en el ascenso del poder; convergen una serie de órganos jerárquicos que van reflejando y coordinando la voluntad emanada desde abajo. La soberanía no es del pueblo, sino de la clase proletaria que constituye la fuerza de trabajo “indispensable” para el desarrollo de cualquier actividad económica o productiva. En términos simples, para el comunismo el capital invertido para el desarrollo de cualquier actividad económica no es lo importante, sino que lo verdaderamente relevante y esencial es la mano de obra, el obrero o el trabajador: no importa la cuantía del capital, si la mano de obra no es la adecuada, si falla el recurso humano, el capital se perderá. En las dictaduras comunistas (o marxistas) todos los aspectos de la vida están reglamentados y la acción del Estado se lleva hasta los extremos, superando, incluso, el intervencionismo del Estado Nazi. El obrero no puede elegir lo que quiera hacer, sino que debe trabajar como el Estado lo decida y en la forma que lo establezca, con el fin último de que desaparezcan las “diferencias”, la elite, la burguesía, y cualquier otra forma de “superestructura”. En el régimen de la Unión Soviética, sólo era ciudadano el proletario y sólo privilegiado el comunista, de esta forma se logra “nivelar” a todos los miembros de la sociedad: una sola clase. Aquí converge con el nazismo: en la Alemania Nazi sólo es ciudadano el alemán de raza pura y privilegiado el nazista.
CAPÍTULO III
DIVERGENCIAS Y SIMILITUDES
En el capítulo anterior se señalaron los elementos más característicos o distintivos de cada uno de los sistemas totalitarios analizados y, por lo tanto, aquello en que se manifiestan con más fuerza las diferencias entre uno y otro. Pues bien, ahora toca hacerse cargo de sus semejanzas o “características” comunes:
1.- Los tres sistemas coinciden en la importancia del “partido”: tiene el poder absoluto puesto que se identifica con el Estado.
2.- Los tres sistemas son imperialistas y buscan imponerse internacionalmente, pero sus fundamentos son distintos. El fascismo busca encontrar y fortalecer alianzas estratégicas con quienes detentan los recursos económicos, quienes pasan a formar parte de esta “elite” que no gobierna desde el poder político, pero gobierna el “mercado”. Por su parte, el Nazismo va en búsqueda del espacio vital que por derecho propio pertenece a la raza aria superior. Tanto “el ario superior” como “el espacio vital” pueden encontrarse más allá de las fronteras de Alemania y el Estado, cumpliendo con su fin, debe salir en su búsqueda y conquista. Por último, el comunismo busca imponer la dictadura del proletariado para liberar a todos los proletarios y no sólo a los que habitan en el territorio nacional.
3.- Están constituidos por una minoría selecta: los iniciados, los convencidos y los puros. Una “élite” dirigida por un dictador: Mussolini, Hitler y Stalin (este último es sólo el exponente contemporáneo, pues como ya se dijo, el comunismo es anterior a Stalin, incluso anterior a Lenin).
4.- Los tres sistemas tienen un fundamento “místico”. El Fascismo: restauración del antiguo imperio romano. El Nazismo: glorificación de la raza aria pura y la adoración de los héroes germanos del pasado. El Comunismo: adoración, casi divinización, del proletariado fuerte y rico que dominará el mundo.
Es indiscutible que los tres regímenes analizados son Totalitarios. Para el fascismo la unidad absoluta está en el Estado; para el nacionalsocialismo la unidad absoluta está en el pueblo (germano, ario); para el comunismo la unidad absoluta está en la clase. Es decir, es propio de los sistemas totalitarios la fuerte intervención del Estado en todas las actividades sociales, pero se diferencian en las “razones”, “motivos” y “fines” que fundamentan el intervencionismo estatal. En palabras simples, la intervención del Estado fascista busca que el poder se mantenga y siga siendo ejercido y controlado por una minoría “élite”, considerada la única “capaz” y “apta” para gobernar a la nación, formando alianzas estratégicas con quienes detentan el poder económico. El Estado Nazi busca reivindicar y mantener la superioridad del pueblo germano, controlando que toda actividad social sea ejercida en la forma “adecuada” para mantener esta superioridad y proteger el “espacio” vital. El Estado marxista busca demoler las superestructuras, mantener el pueblo a “raya”, y monopolizar el poder para evitar las desigualdades y así cumplir con su rol único de preparar al pueblo para que pueda llegar a ejercer por sí mismo el poder político (por eso se le atribuye ser un régimen adoctrinador). Es aquí donde encontramos lo que a muchos les parece absurdo: el comunismo, a diferencia de lo que la gran mayoría cree, tiene como fin último la DESAPARICIÓN del Estado y no su fortalecimiento a perpetuidad. Entonces, un régimen comunista tiene un Estado fuerte, intervencionista y tremendamente regulador, pero orientado a la “preparación” y “educación” del proletario primero y después del resto de la nación, para que sean ellos quienes ejerzan el poder político, sin necesidad de un Estado protector o regulador.
CAPÍTULO V
¿DE DERECHA O DE IZQUIERDA?
Actualmente a nivel mundial los regímenes políticos tienen como gran y primera clasificación ser “de derecha” o “de izquierda”. Hecha esa división, comienzan las sutilezas: centro derecha, centro izquierda, extrema derecha, extrema izquierda, etc.
Ahora bien, son pocos los que saben cuál es el origen de estas dos grandes tendencias y por qué se acuñaron los términos “derecha” e “izquierda. La historia no es tan glamurosa, de hecho, tiene que ver con la ubicación de unas sillas. Es una herencia más que nos dejó la Revolución Francesa y la discusión que giró en torno a su principal disyuntiva: darle o no continuidad a la decadente monarquía y, en su caso, ¿cuánto poder debía tener el Rey? Pues bien, el 28 de agosto de 1789 se reunió la Asamblea Constituyente para debatir y votar acerca de cuánto poder debía tener el Rey Luís XVI. La historia documentada cuenta que fue tan acalorada y monopolizada la discusión que espontáneamente los asistentes empezaron a reunirse estratégicamente en la sala según sus afinidades. El punto de referencia era la ubicación del presidente de la asamblea. A su derecha se ubicó el grupo más conservador, los leales a la Corona, opositores de la revolución y en favor de que el Rey conservará el poder y el derecho a veto absoluto sobre cualquier ley. Sólo estaban dispuestos a avanzar hacia una monarquía constitucional, es decir, un parlamento fuertemente dependiente de la figura del Rey. A la izquierda del presidente se comenzaron a reunir los más revolucionarios y progresistas que pedían un cambio radical y que sólo estaban por conceder al Rey un derecho a veto suspensivo: suspender el proceso de tramitación de la Ley por un tiempo determinado, pero no indefinidamente y, mucho menos, cancelar o dejar sin efecto una Ley vigente. El resultado de la votación, 673 frente a 325, fue el principio del fin para la monarquía francesa y desde esa jornada, los asambleístas continuaron ubicándose en la sala según sus afinidades. Entonces, ¿por qué el comunismo es la izquierda dura si promueve un Estado totalitario, inmensamente intervencionista? Porque la base del poder está en el proletariado. Despoja a la burguesía de su poder opresor y, a través del Estado, lo distribuye en la “forma” que éste determine, hasta conseguir su fin último: que el pueblo aprenda a autogobernarse sin necesidad de un Estado. Siguiendo esta orden de ideas, ¿qué pasa con el fascismo y el nazismo; son de derecha o de izquierda? La respuesta es obvia: ambas son tendencias políticas de derecha.
El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán utilizó el “socialismo” para alejar al “pueblo” del comunismo y “nacionalismo” para acercarse a la derecha tradicional. Tuvo una retórica antiburguesa y anticapitalista, pero a poco andar suavizaron sus postulados, recibiendo apoyo y financiamiento de grandes empresas (especialmente industriales) y ricas personalidad de la sociedad alemana. En efecto, Hitler dijo “insisto absolutamente en proteger la propiedad privada […] debemos promover la iniciativa privada” (declaración privada de Hitler el 24 de marzo de 1942, citada en: Hitler, Adolf (1953). Hitler’s Secret Conversations. Farrar, Straus and Young, Inc., pag. 294). El gobierno de la Alemania Nazi privatizó bancos, astilleros, líneas ferroviarias, navieras, organizaciones de asistencia social, entre otras empresas, pero bajo un concepto de privatización que contemplaba una estricta fiscalización por parte del Estado a través de uno o más miembros del Partido Nazi que formaban parte de la directiva de cada empresa privada. Para el gobierno Nazi las empresas, en la medida de lo posible, debían estar en manos privadas (Buchheim, Christoph and Jonas Scherner (junio 2006). “The Role of Private Property in the Nazi Economy: The Case of Industry”. En Cambridge University Press, ed. The Journal of Economic History. pág. 406. Edición, 10 de Agosto de 2018). La propiedad estatal era evitada salvo que fuera absolutamente necesaria para el rearme o esfuerzo de guerra, pero incluso en esos casos, era común que se incorporará una cláusula de opción según la cual la empresa que operará una planta tenía derecho a comprarla (Buchheim, Christoph and Jonas Scherner (junio 2006). “The Role of Private Property in the Nazi Economy: The Case of Industry”. En Cambridge University Press, ed. The Journal of Economic History. pag. 406. Edición, 10 de Agosto de 2018). Hasta ese momento la empresa pública más grande del mundo era la Deutsche Reichsbahn (Ferrocarriles Alemanes) hasta su privatización por el gobierno Nazi que, además, vendió varias empresas de construcción naval y adoptó la política de mejorar los servicios públicos, privatizándolos a expensas de las empresas de propiedad pública municipal (Germá Bel (13 de noviembre de 2004) “Against the mainstream: Nazi privatization in 1930s Germany”. En IREA, ed. University of Barcelona. Consultado el 10 de agosto de 2018). La mayoría de los expertos en la materia sostienen que la economía funcionó durante el gobierno de la Alemania Nazi como una forma de capitalismo monopolista (Kuczynski, Jürgen (1946) Alemania bajo el fascismo: la estructura económica y las condiciones de la clase obrera. Montevideo. Ediciones Pueblos Unidos). Para el cumplimiento de sus políticas “racistas”, el gobierno nazi además privatizó ciertos servicios públicos (que antes eran estatales), como servicios sociales y laborales, los que quedaron en manos privadas y organizaciones afiliadas al partido nazi que, evidentemente, en su gestión aplicaban las políticas raciales del partido. Por último, recordemos lo que hemos venido analizando en relación a la concentración del poder en el régimen nazi: se adoptan todas las medidas necesarias y que el “partido” estime convenientes para que el poder se mantenga en la raza superior, representada por su máximo exponente, El Führer. Todo el poder se concentra y se mantiene a perpetuidad en un Estado fuerte que vela por mantener la superioridad del pueblo “ario”, de la “raza superior”, regulando cómo debe comportarse, vestirse, con quienes relacionarse y de qué forma. En fin, regula y controla todos los aspectos de la vida de los sujetos para que, precisamente, se comporten como debe hacerlo para mantener y demostrar su “superioridad”.
Por su parte, una de las razones para considerar al fascismo como un movimiento político de derecha es la alianza estratégica que existe entre la clase gobernante y los intereses de las clases económicas más poderosas, siempre unido a la defensa de “valores” tradicionales como el patriotismo y la religión. El fascismo, en la práctica, se tradujo en el surgimiento de una “plutocracia” debido a la protección que este régimen brindó al capital privado, amparado por la creación de fuertes monopolios empresariales (Dogliani, Patrizia. El fascismo de los italianos: una historia social. 2017 pp. 15-16). El fascismo, como ya dijimos, propone y supone la existencia de una “elite”, integrada por quienes se consideran superiores y aptos para gobernar. En el plano económico esto se traduce en la adopción de medidas para proteger a los grandes empresarios y la eliminación de los sindicatos o cualquier otra forma de organización de la clase obrera. El fin último del fascismo es, en pocas palabras, promover a individuos considerados superiores y eliminar a los débiles. Para los marxistas, el fascismo es la última fase o etapa del capitalismo y la instalación definitiva y abierta de la dictadura burguesa. Sin embargo, no son pocos los que identifican al fascismo como una política con conexiones doctrinales de izquierda, como el proteccionismo y la nacionalización, y su “discurso político” que apela al pueblo, a las masas y al sentimiento popular como los protagonistas del régimen, pero esto no es más que una retórica porque en la práctica el fascismo, desde su origen, no reconocía la libertad de asociación o libertad sindical, sino que consideraba al “trabajador” (el débil) como un “súbdito” del Estado; hay una identificación de “pueblo” y “patria”: de allí su similitud con el “populismo”. El fascismo adopta medidas para que esta “élite” gobernante y sus actores en el plano económico, puedan perpetuarse en el poder. El fascismo moderno no se identifica con un sujeto, como lo fue en la Italia de Mussolini, sino con un “régimen”, con una forma de organización política-social que “asegura” que las “elites” se mantengan en el poder y que protege y promueve la alianza estratégica entre el poder político y el poder económico. No existe un consenso en relación a la política económica propia del fascismo. A diferencia del régimen de la Alemania Nazi, que implementó el liberalismo económico y adoptó medidas propias del capitalismo para el crecimiento y fortalecimiento del sector privado (pese al control estatal que se ejercía, fundamentalmente para controlar la implementación de las políticas raciales, y no tanto en la gestión propiamente tal), el régimen de la Italia Fascista no se identifica con un modelo único. En efecto, algunos sostienen que las políticas económicas del fascismo italiano se dividen en 3 etapas que coinciden con 3 periodos históricos. La primera etapa o periodo liberal coincide con la llegada al poder del fascismo en el año 1922 y se extiende hasta 1929, año en que estalla la Gran Depresión. En esta etapa, con el objeto de sanear las finanzas públicas (fuertemente afectadas por los esfuerzos bélicos de 1914 y 1918), “se tomaron medidas como la reducción de los impuestos, incluidos los que recaen sobre las herencias, además de recortar el gasto fiscal, y se hace una apertura del comercio exterior, reduciendo los aranceles”. También “se efectuaron algunas privatizaciones, por ejemplo, en los servicios telefónicos, empresas aseguradoras y la imprenta del Estado”. Se le conoce como el periodo liberal en atención a que, en general, se adoptaron medidas para “adelgazar” el papel del Estado e incentivar la actividad económica privada, lo que se tradujo en la pérdida de prácticamente todos los derechos de la clase trabajadora: se limitaron los derechos sindicales y las negociaciones colectivas, se prohibieron las huelgas y se adopta un sistema de regulación de los salarios desde el vértice de la economía. La segunda etapa surge como respuesta a la Gran Depresión y a la caída de Wall Street del año 1929, que produjo consecuencias mortíferas para el ordenamiento económico mundial. Sin embargo, la crisis no golpeó a Italia con la misma fuerza que a otros países más desarrollados como Estados Unidos o Francia. El régimen fascista respondió prontamente a la crisis, “adoptando de modo empírico una política económica de regulación de la demanda”. La Gran Depresión fue la oportunidad perfecta para reorganizar la estructura de la economía italiana de acuerdo con el pensamiento económico fascista original y que consiste en el desarrollo del sector público, establecimiento de amplios controles y regulaciones. La Gran Depresión marcó el inicio de la llamada autarquía y dirigismo económico: se adoptaron medidas para que el Estado fuera recuperando el control de los sectores económicos estratégicos, pero para el año 1939 Italia era, después de la Unión Soviética, el país con el mayor sector público en el mundo y las políticas económicas fascistas se encontraban completamente desplegadas, las cuales pueden sintetizarse en un conjunto de líneas estratégicas bien definidas y que implicaron cambios sustanciales en la gestión económica y en la relación Estado-mercado. “Se estableció definitivamente un Estado empresario, a través de la conformación de grandes conglomerados industriales multisectoriales como el IRI y AGIP, entre otros” (268203655.pdf (core.ac.uk), pp. 65). El régimen fascista, en todo su esplendor, adoptó medidas tendientes a coordinar orgánica y armónicamente la sociedad, de acuerdo con la categoría social de pertenencia (obreros, patrones, agricultores, artesanos, profesionales, etcétera) y los ramos de producción (química, metalmecánica, minería, construcción, textiles, madera etcétera), es decir, los factores de producción concertados bajo la sombrilla vigilante y ordenadora del Estado. En consecuencia, podemos decir que el “clasismo” es propio del fascismo, no sólo porque establece la “élite” gobernante y define con quienes se estrecharán lazos estratégicos en materia económica, si no que, además, propone una organización social que se estructura y funciona sobre la base de la existencia de distintas “categorías” sociales, tan segregadas que con el tiempo llegan a adquirir características físicas que las distinguen entre sí, pero que son generalmente compartidas por los habitantes de un determinado “sector” del territorio nacional. Por último, cabe hacer presente que esta segunda etapa coincidió con la época del imperialismo italiano y se extendió hasta el año 1940. La tercera etapa coincide con el desarrollo y término de la Segunda Guerra Mundial. Lo único realmente relevante fue la inmensa influencia del régimen Nazi y el vuelco de la economía hacía la carrera armamentista. Las medidas económicas adoptadas por el gobierno fascista de Mussolini se orientaron a aumentar el gasto público en la militarización y modernización de armamento.
CAPÍTULO VI
CONCLUSIONES Y APRECIACIONES PERSONALES DE LA AUTORA
Después de mucho análisis, de haber leído a distintos autores, buscar en las más diversas fuentes de información, escuchar la opinión de amigos, familiares y colegas, llegué a una primera e inamovible conclusión: el nacionalsocialismo que dio origen al régimen de la Alemania Nazi y el fascismo surgido en la Italia de Mussolini, son sólo y nada más que eso: regímenes políticos. En cambio, el marxismo o comunismo es, antes que todo, una filosofía y fue implementado como régimen político muchos años después de su surgimiento. No olvidemos que “Manifiesto Comunista”, obra que se considera la fuente primera y original del comunismo, fue publicada por primera vez en el año 1848 y recién en el año 1917 se instaura como régimen político en la Unión Soviética de Lenin. Vladimir Lenin fue el primer líder político en tratar de implementar “la filosofía” del comunismo como un régimen político o, dicho de otra manera, inspirar el régimen político de la URSS en los principios filosóficos del comunismo.
Son muchas las razones históricas por las cuales el comunismo ha sido prácticamente “demonizado”. En algunos países, como por ejemplo Alemania y Ucrania, han llegado al extremo de prohibir el Partido Comunista. En Chile, igual que en EU, cuando tratan a alguien de “comunista” se asocia automáticamente a un insulto. En Chile, la gran mayoría, utiliza la atribución de ser comunista como un insulto. La expresión “facho”, que viene de fascista, sólo es considerada un insulto para quien ha sido tachado de “facho”. ¿Se dan cuenta? Es a la inversa. Los que catalogan a otros como comunistas lo hacen, en su mayoría, en tono de insulto, pero el comunista no se siente insultado; por el contrario, el que se refiere a otro como “facho” no lo dice como un insulto, pero ese otro, en la mayoría de los casos, se siente insultado.
Ahora bien, hay dos mitos que responsablemente puedo derribar. Primero, el comunismo NO SE OPONE a la propiedad privada. Eso es parte de la desinformación de las masas. De hecho, fue el propio Karl Marx quien sostuvo que “El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales; no quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno”. Otra frase célebre es la siguiente: “Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero, en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros; existe precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad”. Por último, una frase no relacionada con la propiedad privada, pero que vale la pena citar dado el contexto geopolítico que estamos viviendo, es la siguiente: “En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra”.
El segundo mito que pude derribar dice relación con el rol del Estado que se le atribuye al comunismo. Partamos por el hecho indiscutido de que el partido comunista se considera un partido de “izquierda”. Pues bien, recordemos cuál es el origen de la “izquierda” y la “derecha”. ¿Quiénes se agruparon a la izquierda del presidente de la Asamblea Constituyente francesa en 1789? Los revolucionarios y progresistas que estaban por REDUCIR el poder del Rey. Fueron los de la derecha los que buscaban que el Rey y, por lo tanto, la burguesía y los grupos de poder creados por la monarquía, conservará gran parte del poder que detentaba. Entonces, les hago la siguiente pregunta ¿es la derecha o la izquierda la que histórica y tradicionalmente ha perseguido la concentración del poder? Ahora, la concentración del poder que históricamente ha pretendido perpetuarse en el tiempo, NO ES DEL COMUNISMO, porque el fin último del comunismo es la desaparición del Estado como ente regulador e interventor. En cambio, el nacionalsocialismo y el fascismo, desde sus principios fundadores, buscan la concentración y perpetuidad del poder en “una elite” (fascismo) o en una “raza superior” (nazismo). Por eso puedo afirmar con toda seguridad y responsabilidad que el nacionalsocialismo de la Alemania Nazi y el fascismo de la Italia de Mussolini eran regímenes de derecha. Y no podría ser de otra manera porque el fin último perseguido por ambos regímenes era conservar y perpetuar el poder en un grupo determinado y selecto.
El error está en considerar que todo régimen político que establezca una fuerte intervención del Estado, es de izquierda. Eso no es así. El régimen será de izquierda o de derecha según los fines que persigue la intervención del Estado, independientemente del grado de intervencionismo y la forma en que lo ejerza. ¿O es que acaso no existen las dictaduras de derecha?
El objetivo de esta obra no es concluir que régimen es “mejor” o “peor”, sino derribar mitos muy arraigados. El totalitarismo no es exclusivo de la izquierda, así como el reconcomiendo de la propiedad privada no es exclusivo de la derecha.
¿Por qué tendría que ser más reprochable el totalitarismo estatal que el totalitarismo elitista o racial?
Y me despido con una reflexión final: ¿El comunismo y/o socialismo nunca ha funcionado, en ninguna parte del mundo? ¿Es prueba de ello la situación de Cuba o Venezuela? Porque estos dos países no sólo tienen en común su régimen comunista. También tienen en común LAS SANCIONES que “la comunidad internacional” les ha impuesto. El comunismo SI PUEDE FUNCIONAR y prueba de ello es China. No importan todas las razones que se puedan dar para justificar que el caso de China es distinto. China es comunista y funciona.
A mi juicio el fascismo sigue muy vigente en los países de occidente: concentración y perpetuidad del poder en las “elites” que ya lo detentan; y el comunismo no es la razón del fracaso de los países que lo han adoptado, sino las sanciones que se le imponen a los países que lo adoptan.
Hasta aquí he expuesto una “linda” mezcla entre mi interpretación personal y los hechos históricos indiscutibles. Les corresponde a ustedes sacar sus propias conclusiones.
Daniela Camhi
Abogada
Gracias por la información ℹ
La verdad me gustaría saber mucho más de lo que es el estudio de derecho.
Hola Daniela
Me parece muy interesante tu articulo y bien informativo en cuanto a hechos y datos, pero el objetivo propuesto del mismo no veo que se cumpla, y es por una sencilla razon. Se esta juzgando al comunismo por sus “buenas intenciones” y al capitalismo por sus “acciones y fallos”, y digo al capitalismo porque insistes durante todo el articulo de vincular al capitalismo con el nazismo y fascismo. Ese es un fallo rotundo y deja este articulo muy sesgado y parcializado. Durante toda la lectura haces referencia a los escritos utopicos de Marx y no a la puesta en practica de Lenin y Stalin y sus subditos (Pol Pot, Fidel Castro, Mao Zedong y muchos otros) que es al cabo, el verdadero comunismo que ha conocido la historia. Si se analizara objetivamente el accionar de estos gobiernos comunistas, el nazismo y el fascismo, se veria que todos son interpretaciones propias y de cada pais, de un modelo (comunismo utopico) que prometio ser progresista y termino siendo esclavitud moderna.
Un claro ejemplo, La China de hoy comparte muchas de las medidas aplicadas por la Alemania nazi para impulsar la economia. Llamarias a China, hoy en dia, fascista en vez de comunista? Fue Den Xiaoping un imitador de Hitler acaso?
Para terminar, si concuerdo contigo que hay dictaduras de derecha: Batista en Cuba, Pinochet en Chile y alguna que otra, pero no los nazis o los fascistas, esos fueron ultra izquierda e igual de sanguinarias que los bolcheviques, Khmer Rojos, maoistas y ya saber cuantos mas.
la verdad es que esta informacion me parecio muy completa y interesante
tambien me fue de mucha utilidad